En una visita a la Casa Museo de Pablo Neruda en Isla Negra, Chile, Paz Vial descubrió la sorprendente y espectacular colección de mascarones de navío acumulada por el poeta Pablo Neruda en sus correrías por el mundo. De regreso en Bruselas, pintó interpretaciones personales de algunos de aquellos mascarones. Algún tiempo después, Paz descubrió y fotografió otra gran colección de mascarones, la alojada en la bodega del Cutty Sark, viejo clipper amarrado junto al Museo Marítimo de Greenwich, RU, y trabajó con la misma técnica sobre algunas de estas imágenes.
Fueron expuestos por primera vez en Bruselas, y más tarde en grandes exposiciones presentadas en las casas de Neruda en Isla Negra y en Santiago (La Chascona), patrocinadas por la Fundación Pablo Neruda.
La pintura de Paz Vial
José Palacios, Doctor Arquitecto
Catedrático de la Universidad Complutense de Madrid
Recuerdo a Paz hace algunos años, a la vuelta de uno de sus viajes a su tierra natal, Chile. Me cogió del brazo y me llevó a un rincón del estudio de pintura que entonces compartíamos y, sacando una carpeta, extendió ante mí una serie de imágenes, de fotografías y recortes. Era la casa de Pablo Neruda en isla Negra, que Paz había visitado durante aquel viaje.
De aquellos interiores, había seleccionado detalles de los mascarones de proa que adornan el salón de la casa del poeta. Extrañas figuras de concepción naïf y de ejecución algo tosca, inclinadas hacia delante, de talante hierático y rígido, tallas barrocas con la mirada perdida en el horizonte.
El efecto plástico de aquellas imágenes era extraordinario, el poderoso atractivo que irradiaban provenía del modelado y del colorido que el paso del tiempo había impreso sobre su superficie. Las fracturas de la madera, erosionada, desgastada, en proceso de degradación, dejaban entrever sus vetas y texturas naturales bajo espesas capas de pinturas marineras cuarteadas por el sol, el viento y el mar. La expresión triunfal de los mascarones aparecía borrada, ojos blancos de sal, en medio de un espléndido colorido en que las sucesivas capas de color se mezclaban con lo natural.
Así es la pintura de Paz Vial.
Desde entonces esa presencia de las superficies coloreadas por el tiempo acompaña el trabajo de Paz y la temática de los barcos de vela sigue siendo el soporte y fuente de inspiración del trabajo de esta pintora.
La aproximación de Paz al lienzo es parte de la expresión incontenible de una emoción, de un querer trasladar al lienzo, rápidamente, una armonía de colores a veces entrevista sobre la superficie patinada de uno de sus barcos, a veces soñada o imaginada. Su trazo rotundo y seguro divide y compone el lienzo, distribuyendo y ordenando, desde el principio, las superficies de color. Dibuja con el pincel formas precisas a la vez que v a generando sobre la superficie de la tela un fondo indefinible, de un color profundo y saturado en el que quedan atrapados evocadores reflejos de las maderas talladas por el mar.
Constituyen ese fondo a veces impresiones de arcaicas láminas que la pintora encola sobre el lienzo. El color discurre entonces entre prolijas descripciones de caligrafías indescifrables y secciones de antiguos cascarones, provocando una extraña vuelta a la vida de aquellas maderas antiguas. El color se extiende líquido sobre papel, denso sobre el pincel plano, desgarrado bajo la presión de la espátula para crear capa tras capa fondos llenos de contenido.
Sobre estas superficies, una pincelada viva y brillante comienza a modelar la imagen, una imagen concebida desde la expresión y el sentimiento plástico más libre y creativo, con una paleta compleja y de extraordinaria fuerza plena de juegos cromáticos sorprendentes. Claros verdes esmeralda sobre ocres, rojos frente a turquesas y azules de cobalto entre las tierras tostadas.
A través de sus fondos estos lienzos nos sitúan en el tiempo, mientras que con una pincelada al borde de la abstracción nos cuentan una historia. Con tan escaso soporte formal, la pintura de Paz Vial despliega una capacidad de evocación extraordinaria, en la que la emoción supera a la anécdota y en la que, como sucedía en la colección de mascarones de Neruda, acusamos la expresión del paso del tiempo sobre los sentimientos.
Bruselas, 1997.